Wednesday, December 15, 2010

Los espacios del fascismo


¿Es posible de hablar de una concepción fascista del espacio? En estas líneas intentaré argumentar no sólo que sí, sino que la territorialidad es fundamental en la derecha autoritaria, aquella que celebra la violencia represiva y la exclusión espacial de cuerpos considerados inferiores. Los episodios de Villa Soldati son iluminadores para analizar cómo la derecha percibe el espacio, y cómo las ansiedades espaciales de lo que suele llamarse el "centro-derecha" pueden llevar rápidamente a posturas de corte fascista, que dejan de lado toda moderación y celebran abiertamente la violencia y la muerte de cuerpos inferiores-temidos como una fuerza purificadora y ordenadora del espacio.

El viejo dicho de que un fascista es un pequeño burgués asustado es un buen punto de partida, porque enfatiza que lo que llamamos fascismo en el sentido coloquial, como una postura subjetiva-política antes que un aparato estatal-institucional, es un posicionamiento inestable que se solidifica con el miedo (en otras palabras, el "enano fascista" que de repente le sale de adentro a un ciudadano "común y corriente"). Esta expresión suele hacer referencia al temor pequeño burgués a la radicalización de la multitud y a la pérdida de su pequeña parcela de propiedad privada. Pero lo que quiero enfatizar aquí es que éste es además un temor con un claro contenido espacial-territorial: el miedo a una multitud que invade espacios antes considerados seguros, el miedo a que la separación espacial con cuerpos diferentes se disuelva, y que por ende esos cuerpos invadan el espacio propio.

En mi post anterior, analicé cómo el fascismo hecho poder de Estado siempre ha buscado purificar el espacio nacional de cuerpos considerados extranjeros y amenazantes. Por ello, la segregación territorial ha sido el pilar de regímenes de extrema derecha o conservadores: los ghettos judíos creados por los nazis; la reclusión de personas negras dentro de republiquetas títeres en Sudáfrica durante el Apartheid o en ghettos urbanos en Estados Unidos; el hecho de que cuerpos indígenas tenían prohibido acceder al centro de La Paz en Bolivia hasta la década de 1950, entre otros ejemplos. Lo fundamental era mantener una separación espacial entre los cuerpos propios y los cuerpos indeseables y temidos (judíos, negros, indios).



En el pensamiento de corte fascista-autoritario, por ende, el espacio ideal es un todo ordenado y corporalmente homogéneo, con jerarquías espaciales claras (ejemplificadas en una arquitectura de corte monumental) y con límites bien definidos, con un adentro y un afuera, donde lo externo es fuente de temor y amenaza. Pero este espacio idealizado, claro está, es pura fantasía. Todo espacio es poroso y está marcado por múltiples formas de movimiento, ruptura y fluidez, con vectores de movilidad que todo el tiempo socavan distinciones entre un adentro y un afuera. Y por ser una fantasía permanentemente negada por la realidad, esta concepción no puede más que llevar a la paranoia, que como lo analizaran Giles Deleuze y Félix Guattari en Anti-Edipo es un rasgo propio de una subjetividad de corte fascista. En este caso, la paranoia de que cuerpos temidos están siempre al acecho, amenazando el pequeño y frágil espacio de pequeño burgués (que se transforma en un espacio "pequeño pequeño", para parafrasear la película de Monicelli).

Durante los saqueos de 1989, en los momentos finales del gobierno de Alfonsín, en zonas prósperas de San Isidro como la Horqueta, separada del pobrerío de monoblocs sólo por la autopista panamericana, reinaba el terror. Muchos vecinos bloquearon calles con neumáticos y prepararon sus armas listos para repeler la invasión que se venía, pues muchos aceptaban como una realidad los rumores paranoicos de que "se vienen los villeros", como si lo que se venía del otro lado fuera un malón de indios salvajes. Fue en esos mismos días que Mariano Grondona hizo su célebre y desesperado llamado: "hay que sacar los tanques a la calle" (para aniquilar el malón).



Con la ocupación de tierras en el Parque Indoamericano se recrearon similares terrores de corte paranoide sobre la presencia amenazante de un multitud salvaje que de pronto, y sin previo aviso, había quebrado límites espaciales que parecían ser estables. Al igual que en 1989, si uno leía las páginas de La Nación o Clarín o si miraba TN, la sensación era que el sur de la ciudad de Buenos Aires había sido tomado por un malón de extranjeros-indios que había expulsado al Estado de dicho espacio. Por eso, cuando Maurizio Macri declaró que la violencia era producto de una "immigración descontrolada" el mensaje era el de un burgués asustado por lo "descontrolado" del movimiento de cuerpos extranjeros en el espacio argentino. Lo que se había "descontrolado" era una estricta separación entre cuerpos propios y ajenos en espacios con límites bien definidos.



Y esta invasión de tierras y lotes aledaños en los días siguientes, que Clarín, TN y La Nación dramatizaron con titulares totalmente alarmistas (al estilo "¡se viene el malón!"), despertó entre varios sectores terrores paranoicos de que con ello se resquebrajaban los límites espaciales de toda la sociedad. Esta invasión boliviana-paraguaya-negra significaba, por ende, también la ruptura de los límites espaciales que protegen los espacios privados de los hogares burgueses y pequeño burgueses.

Quien tal vez expresó con mayor claridad este temor, y el consiguiente llamado a una violencia civilizadora, fue un tal Javier Miglino, titular de la "Organización Vecinal Defendamos Buenos Aires" al que La Nación le publicó un burdo panfleto titulado "Mañana puede ser nuestra casa". Además de ser un llamado a la violencia contra esos cuerpos intrusos que este hombre presentó como "forajidos" (violencia que, como sabemos, implementaron las patotas asesinas ligadas al macrismo), esta nota es ejemplar de la visión paranoica del espacio. Es claro que para este personaje "defender" a Buenos Aires es una defensa de tipo territorial y horizontal, que debe crear un cerco defensivo y militarizado que impida que los malones de indeseables invadan los espacios de la gente como uno, lectores de La Nación. Y es claro también que su diatriba es un intento de sembrar terror en el alma del pequeño burgués porteño, al concluir: "Hoy es Villa Soldati, mañana puede ser nuestra propia casa".



Sin duda, muchos de los que participan de este miedo discriminador no son pequeño burgueses sino trabajadores empobrecidos, como "los vecinos" de Villa Soldati que llamaban al exterminio de bolivianos y ocupas. Pero esa actitud es inseparable de la usina propagandística de las grandes corporaciones mediáticas y del gobierno eminentemente burgués de Maurizio Macri que desde hace años vienen demonizando la inmigración de países vecinos, que una movilera de Radio Mitre recientemente presentó como "de baja calidad" y que siempre es contrastada negativamente con la inmigración de "mejor calidad" que vino de Europa hace un siglo (ver la excelente nota de Mariana Moyano en Página12).



Pero claro, esa misma gente que idealiza a los inmigrantes tanos y judíos de hace un siglo "se olvida" de mencionar que hace un siglo, esos mismos inmigrantes eran demonizados y asesinados con argumentos idénticos a los utilizados hoy en día para asesinar a ocupas bolivianos en Villa Soldati. Durante la semana trágica de enero de 1919, milicias de jóvenes aristocráticos y fuerzas policiales y del ejército masacraron cerca de mil inmigrantes europeos en las calles de Buenos Aires, muchos de los cuales fueron cazados y ejecutados como animales salvajes. Desde el Estado y los medios dominantes de la época se justificó la masacre como una violencia purificadora y ordenadora del espacio, que buscaba limpiar el espacio de Buenos Aires de cuerpos indeseables, temidos y descontrolados, marcados como judíos-anarquistas-socialistas y sobre todo como "extranjeros".

En Anti-Edipo, Deleuze y Guattari sostienen que el fascista no es simplemente alguien que actúa por haber sido engañado o manipulado sino que es un sujeto que desea ardientemente, y con pasión, estar supeditado al poder protector y violento del Estado. En la Argentina de fines de 2010, se está generando una creciente polarización política en la que el anti-kirchnerismo se está consolidando sobre todo en Buenos Aires como un polo de extrema derecha que clama con pasión por la violencia civilizadora. Es una pasión triste, como diría Spinoza, motivada por su creciente temor al poder de la multitud de controlar el espacio y desdibujar viejas fronteras territoriales.

3 comments:

  1. buena entrada Gastón. como siempre los que mejor cazan lo que está en el aire son los de barcelona... sino mira la tapa del último número http://www.revistabarcelona.com.ar/images/ediciones/202.jpg

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  2. La matriz totalitaria clásica (stalinsta o fascista) cuadricula el espacio asumiendo como valor superior el orden jerarquico. La arquitectura de su poder pretende inmovilizar el Todo, conservarlo estático. Establece gethos.
    El desborde escandaliza, los cuerpos salidos del cauce son vividos como amenaza a la propia felicidad pequeñoburguesa.
    El discurso de la inseguridad, la cosntatación de la amenaza que disminuye la potencia de estos pequeños seres en tanto los mueve a pasiones tristes, al miedo, paradojicamente potencia una de sus maneras de ser: libera la energía de su costado fascista sediento de sangre para restituir la cotidianidad de su paz aburguesada, la frugalidad de su moral bienpensante.

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  3. Mario Margulis entre otros señalaban el carácter negador de la discriminación:
    El discriminador niega que lo es (tiene un amigo judio)
    Se niega la existencia del otro (descendemos de los barcos, ergo no hay otros colores, no hay otras procedencias)
    Pero tambien los discriminados niegan serlo y esto es más sútil, el vecino pobre de Soldatti discriminado por las politicas públicas de Macri que lo considera en el mejor de las casos masa de maniobra para el combate cree que la acusación de bolita y paragua no es para él sino para las víctimas de sus propios piedrazos.

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